
Nací en la clínica Modelo de Lanus, siendo el primero de la segunda generación argentina de Maraudas, una semana antes de lo previsto y con un nombre que nbo es el que tengo ahora.
Aparentemente me iba a llamar Sebastian, o debido a las imposibilidades técnicas de la época, Ana Clara, si era lo que no soy. Sin embargo, ni bien me vieron, y por X razones, me pusieron Juan Manuel, nombre que aborresco y que hoy fue oilvidado por un desuso casi absoluto.
Cuando tenía solo un par de meses nos mudamos a Trelew, una pequeña ciudad fundada por los galeses en la Patagonia, tristemente más conocida por su masacre que por su torta negra. Al final nos asentamos en una pequeña casita, que si bien no tenía en el frente un jardín de madreselvas, como dice la canción, sí tenía un par de árboles de chizitos.
Me crié entre libros de todo tipo: de medicina, economía, sociología y lógica, pero principalmente entre novelas, cuentos y poesias, que mis padres, aficionados a la lectura, acumulaban con los años en una vieja y enorme biblioteca, que yo al ir creciendo fui saqueando de a poco.
De esa biblioteca salieron cuatro cosas que dejaron su marca en mi cabeza. La primera es el primer libro que leí, o trate de leer: Juan Salvador Gaviota. No lo entendí, y recien ahora me enteré de que el pajarito se cagaba muriendo, pero con el me inicie en la lectura.
La Segunda es Rikki-tikki-tavi, que si bien no estoy seguro de si era un libro entero o solo un cuento, si me acuerdo que formaba parte de una colección de Pagina 12, y que obligue a mi viejo a que me lo lea al menos una veintena de veces.
La tercera era un libro gigante, de tapas duras color violeta y brillantes dibujos en sus paginas llenas de cuentos y fabulas que mi mamá me solía leer a diario, hasta que yo y mis hermanos crecimos y lo regaló a la biblioteca de la escuela.
La última es una lata de bordes filosos en la que mis padres guardaban monedas de todo tipo, y que una vez, mientras irresponsablemente jugaba con ella, me la incrusté en la frente, sobre el ojo derecho, donde una cicatriz aún me lo recuerda.
La cosa es que crecí amando a los libros y a las historias y mundos a los que se abrían, y durante mucho tiempo fueron mi más querida compañia.
Incluso fue un libro el que me bautizó con el nombre por el que hoy todos me conocen. Fue en septimo grado, durante una clase de lengua en la que estaba exponiendo el libro que había leido para ese mes: el tercero de la ahora famosisima serie de siete libros de la britanica J.K. Rowling, que por aquel entonces recien se daban a conocer. Mi profesora no tuvo mejor idea que decirme Harry, y mis compañeros lo completaron: Harry Postre.
Pasaron los años, crecí, engordé, hice amigos invalorables y seguí leyendo, y finalmente en el 2005 deje el nido y me mude a Capital Federal, adonde no vine a estudiar medicina, como se suponía que haría cuando me fui. En su lugar, y terapia de por medio, elegí reconocer el camino que había seguido toda la vida y dedicarme a las palabras. O al menos eso trato.
Gracias a dios, hoy soy Harry, a secas, y los días de los libros de magia y fantasía quedaron atras, enterrada bajo una montaña de nuevos autores que sigue aumentando con el paso del tiempo. Incluso tengo una biblioteca propia, que si bien no es tan majestuosa como la que me espera en mi casa, en Trelew, no tiene demasiado que envidiarle.
H:M