viernes

Sensibilidad

Sensibilidad




“El idioma del corazón es universal: solo se necesita sensibilidad para entenderle y hablarle”

-Jacques Duclós



Quiero ver pibes jugando en las plazas.

Si están ahí ¿Qué me ciega?

¿Por qué no los veo?

Si hay personas felices

¿Por qué siempre ríen cuando no los estoy mirando

o no los puedo escuchar?

Y la gente que baila

¿Dónde está?

¿Dónde están los amigos, los hermanos y los novios?

¿Qué se comió a los pájaros

y pisoteo las flores?



¿Hay lentes para esta ceguera?

¿Hay médicos?

¿Qué se hace con una realidad estropeada?

¿Se cambia? ¿Se arregla?

¿Y qué se hace con una sensibilidad arruinada?

¿Se maquilla, se disfraza?

¿Se camufla?



¿Se descarta?



H:M

domingo

Yōkai



Yōkai


Mi fantasma mide un metro noventa y cinco y pesa ciento cincuenta kilos. Tiene el pelo largo y aceitoso y aliento a muerto. Por todo su cuerpo brillan marcas blancas, manchas, que resaltan vivamente en el grueso de su piel roja.

Mi fantasma nunca se baña, pero cada día pasa horas enteras en el baño. No me animo a adivinar y mucho menos a preguntarle que es lo que hace ahí adentro. Tiene una barba enmarañada y llena de migas y pedacitos de comida que de vez en cuando recoge y se lleva a la boca con la lengua.

Mi fantasma ronca despierto, y mucho más y peor cuando está dormido. Si no duerme o está en el baño mira la televisión. Tirado a sus anchas en el sillón del living ve películas de terror o de pelea. Me toma la cerveza de la heladera sin pedir permiso. Cada tanto suelta un eructo o un gas y se ríe tosca y sonoramente cuando yo corro a buscar el desodorante de ambiente.

Mi fantasma odia a la gente: hombres y mujeres, chicos y grandes por igual. Gruñe molesto cuando tengo visitas y a duras penas logro mantenerlo encerrado durante el tiempo que estas duran. Así y todo se las arregla para hacer sentir su mal humor, y mis amigos, visiblemente incómodos, terminan apresurando su partida solo para alejarse de él.

Mi fantasma siempre esta acechando a flor de piel. Es un insensible. No conoce la empatía o la vergüenza y todo lo que no lo involucra le da lo mismo. O no, en realidad: si puede ser malo, cruel o ruin lo será con deleite. Disfrutará cada momento.

A veces me consuela pensar que en alguna realidad alterna pasa lo opuesto. Ahí yo soy su Gasparín, su pequeño fantasmita amigable, y es el quien tiene que esconderme de sus amigos, temeroso de reconocer que una parte suya soy yo. Avergonzado de mi debilidad y mi prudencia.

No podemos negarnos. Somos al mismo tiempo la pata de palo y la muleta del otro. Cuerpo y alma, razón y acción. Insoportables e inseparables. Corpóreos o no, hasta el final, terriblemente humanos.



H:M