
Juntos en las paredes.
En todos los pueblos y ciudades hay una pintada en una pared que llama a alguien que ya no está. Gente que se tragó la tierra. Arrebatados, desaparecidos, ejecutados. Son imposibles de listar.
Los nuevos se superponen en los muros con los más antiguos. Entre sus ladrillos existen todos simultáneamente. Martín, desaparecido en marzo del 77, vive con Soledad, una nena que se llevaron de una plaza hace un año nomás, cuando su mamá no miraba. A los dos los buscan de la misma forma. Jorge, un taxista al que mataron para robarle, y Brian, el pibe al que baleo un policía, todavía piden justicia. Atados a las paredes al menos no están solos. Prefiero pensar que se hacen compañía. Los más viejos cuidan a los recién llegados, esperando también ellos, a pesar de la experiencia, que los encuentren pronto.
Año a año se actualizan. Mantienen su actualidad de manera férrea, aunque los tapen con carteles. Aunque sean carteles de políticos que prometen seguridad, justicia y derechos humanos. “Lorena, dos años sin vos”, “Julián, a cinco años de tu desaparición te seguimos buscando”. Generalmente son palabras apuradas, frases cortas hechas a escondidas. Recordatorios fugaces. La memoria que no tienen los jueces se la apropian las paredes. Cada uno le pone su color a los bloques grises.
Año a año se actualizan. Nuevos nombres dejan sus casas para irse a vivir a los muros, con el resto. En todas partes, en cada pueblo. Son la cicatriz que deja una herida profunda. . Un rayo rojo que corta el paisaje, que trae a los turistas ocasionales de nuevo a la realidad. Que nos recuerda que en todas partes es así, y que Argentina es Cronos y se come a sus hijos.
H:M



