domingo

Traetormentas



Traetormentas


detrás de todos bajo al último

salto del tren, y con el primer paso en el andén ruge el rayo

se suelta la lluvia

traetormentas

suelto la correa corta con la que arrastro a la tempestad a todas partes

que ella juegue

yo me voy

me hago viento

desaparezco entra la gente que corre hacia los toldos

que huye debajo de diarios

y solapas

bailo entre las gotas que cruzan los faroles

de los autos

sacudo a los haces en el prisma

descompongo la luz blanca

y vuelvo

al andén

donde ya no queda nadie

salvo uno

pobre tipo

empapado

recibe al temporal con los brazos abiertos

se deja llevar olvidando

que el agua que lo baña borra

también

estas pocas palabras que

apurado

escribió en su brazo

al bajar del tren



H:M

miércoles

Lógica vigorosa



Lógica vigorosa




Hoy a la mañana tuve una discusión bastante acalorada con mi zapatilla izquierda, ya ni me acuerdo porqué. Me avergüenza admitir que salí perdiendo. Resulto ser, para mi sorpresa, una oradora impecable, pese a su mugre intrínseca. Ni sospechaba el dominio fantástico que ella tenía de técnicas retóricas y argumentativas. Me dejó mudo.

Para cuando terminó conmigo no solo me había humillado olímpicamente, sino que había logrado convencer a todo mi cuarto – muebles, ropa y libros por igual – de que yo estaba, sin lugar a dudas, total, absoluta e irremediablemente loco.



H:M


Irremediable



Irremediable





Lo verdaderamente irremediable suele ser inaprensible también. Su magnitud nos supera y confunde. Comienza y termina, pasa, casi sin que nos demos cuenta. Pero en ese instante que dura nos transporta del otro lado. Y de ahí no se vuelve. Del otro lado nuestra antigua vida no tiene sentido ni significado. Es como un sueño del que despertamos de golpe. Del que apenas recordamos fragmentos y después nada. Un sueño cuya importancia solo reside en contrastar con la nueva realidad en la que nos encontramos, que es la misma y a la vez otra, completamente distinta en todos sus elementos claves.


¿Qué pasó? Eso es fácil. Una mera cuestión de descripción, de imágenes, recuerdos y algún sonido resonando aún en las paredes de la memoria. Un grito. ¿Cómo y por qué pasó? Ahí está lo difícil. Encontrar una explicación real, completa, que no se quede en la simple excusa o en la patética justificación. Por ejemplo: hace un minuto estábamos hablando, discutiendo. Gritábamos. Ahora ella esta hecha un ovillo en el suelo, sangrando. Temblando sus últimos instantes de vida. Y el cuchillo que recién estaba guardado en el primer cajón de la cocina cuelga en mi mano, un peso muerto y de muerte, mientras yo, del otro lado, a sus pies y más allá, le doy vueltas en mi cabeza a una idea acerca de lo irremediable. Eso inexplicable que acaba de pasar.


No existe la posibilidad de reparación. Ella va a morir, y yo, ahora lo sé, también. No hay vuelta atrás. Ya estoy, como dije, del otro lado, aunque nunca fue mi intención que así sucediera. Del otro lado, acá, es un lugar terrible. Estoy rodeado de la basura del mundo, los asesinos, y, lo que es peor, me reconozco en ellos. Seamos claros: soy basura. Apuñalé a mi mujer sin pensarlo dos veces: soy basura. Ella se esta desangrando y no la voy a ayudar. Voy a dejar que muera. Soy basura, soy basura, soy basura, soy basura. Y no lo puedo soportar.


No puedo continuar sabiéndome un monstruo.

No puedo hacerme responsable de mis actos.

No puedo afrontar las caras de asco y de miedo, ni el juicio de sus ojos.

Ante todo, no puedo seguir viviendo con la certeza de que un segundo inexplicable me arrancó del mundo, de las personas y las familias.

No puedo aguantar el peso de lo irremediable.

Por todo esto se que voy a morir.

Ya veré cómo.



H:M



Sábana negra



Sábana negra






El extraño encapuchado observó atentamente el caramelo ácido que sostenía entre sus huesudos y blanquísimos dedos. “Estos son mis favoritos” dijo, “¿Estás seguro de que me lo querés regalar?”. Sonriendo, Julián asintió. “Son demasiado ácidos y a mi en realidad me gusta más el maní con chocolate”. Mientras se metía un puñado tras otro de maníes en la boca Julián agregó “Mi mamá cree que los como demasiado rápido. Se la pasa diciéndome que uno de estos días me voy a atragantar con uno”.

El extraño pasó su finísimo brazo sobre los hombros del niño, acercándolo un poco más a si mismo. “Bueno, no creo que te tengas que volver a preocupar por eso”.





H:M




lunes

Juntos en las paredes


Juntos en las paredes.



En todos los pueblos y ciudades hay una pintada en una pared que llama a alguien que ya no está. Gente que se tragó la tierra. Arrebatados, desaparecidos, ejecutados. Son imposibles de listar.


Los nuevos se superponen en los muros con los más antiguos. Entre sus ladrillos existen todos simultáneamente. Martín, desaparecido en marzo del 77, vive con Soledad, una nena que se llevaron de una plaza hace un año nomás, cuando su mamá no miraba. A los dos los buscan de la misma forma. Jorge, un taxista al que mataron para robarle, y Brian, el pibe al que baleo un policía, todavía piden justicia. Atados a las paredes al menos no están solos. Prefiero pensar que se hacen compañía. Los más viejos cuidan a los recién llegados, esperando también ellos, a pesar de la experiencia, que los encuentren pronto.


Año a año se actualizan. Mantienen su actualidad de manera férrea, aunque los tapen con carteles. Aunque sean carteles de políticos que prometen seguridad, justicia y derechos humanos. “Lorena, dos años sin vos”, “Julián, a cinco años de tu desaparición te seguimos buscando”. Generalmente son palabras apuradas, frases cortas hechas a escondidas. Recordatorios fugaces. La memoria que no tienen los jueces se la apropian las paredes. Cada uno le pone su color a los bloques grises.


Año a año se actualizan. Nuevos nombres dejan sus casas para irse a vivir a los muros, con el resto. En todas partes, en cada pueblo. Son la cicatriz que deja una herida profunda. . Un rayo rojo que corta el paisaje, que trae a los turistas ocasionales de nuevo a la realidad. Que nos recuerda que en todas partes es así, y que Argentina es Cronos y se come a sus hijos.




H:M


jueves

Las palabras perdidas



Las palabras perdidas





Tuve nueve vidas pero las perdí a todas

las busque en la noche

y las busque en la lluvia

trate de hallarlas

pero desaparecieron

se alejaron caminando

se vistieron de negro

me abandonaron

y lo único que puedo decir

es que perdí tiempo

buscándolas

ahora se que las cosas perdidas

no se deben volver a encontrar

nunca

Tuve nueve vidas

pero las perdí a todas.


Tuve un plan pero nunca lo terminé

y estuve buscando al pensamiento

a la idea

en la niebla

todos los días trate de recordarlo

pero ahora el plano en mi cabeza

se borró

perdí las direcciones

y mis ojos ven las manos

que pudieron haber construido

levantado

el imperio de mi mente


el imperio que nunca encontraré


Yo tuve un plan

pero aquí es dónde se acaba



H:M


domingo

La otra puerta



La otra puerta


Amo el bandoneón

lo amo

porque en él

me parece reconocer

el sonido leve de una puerta

de una puerta que

silbando

te deja entrar

sigilosa.

de esa puerta que te acerca



a veces, también,

para que negarlo,

odio al bandoneón

lo odio

porque trae consigo

el sonido cruel de otra puerta

de otra puerta que

crujiendo

se cierra tras de ti

definitiva

de esa otra puerta que me encierra



H:M

viernes

Huir hacia los árboles


Huir hacia los árboles


"No hay cosas sin interés. Tan sólo personas incapaces de interesarse."

Gilbert Keith Chesterton


Generalmente el panorama es el siguiente: una nada muy prolongada interrumpida, muy de vez en cuando, por algún árbol solitario que corta desde éste lado la línea del horizonte. Mayores exabruptos son escasos, cuando no extraordinarios. Con todo, es la nada quién se lleva las palmas. En cada nuevo viaje que hago al sur se las arregla para asimilar una nueva parte del paisaje. Por su culpa ya no distingo arbustos ni yuyos ni postes ni alambrados. Todos son ahora una misma masa uniforme de nada. Temo que en cualquier momento mis árboles desaparezcan también, tragados por la masa, invisibles. No sé qué haría si eso llegara a suceder. Viajo contando los árboles, casi sosteniendo el aliento entre la aparición de uno y el que le sigue. En el medio del desierto de la meseta son oasis de vida para mí también. Siento que cada guanaco, liebre, ñandú o ave anónima que alcanzo a ver esta corriendo hacia los árboles, escapando de la nada, que ya es todo y está en todas partes. A veces, cuando el terreno está en declive, creo verla a lo lejos, concreta y en acción. Una ola gris, seca y pesada que se me viene encima. Lenta, si, pero segura, después de todo tiene dos mil kilómetros para alcanzarme. Y cada vez siento que se alargan más. La nada, por supuesto, lo aprovecha, cada vez unos metros más cerca.


Llegar a destino siempre es un alivio. Lo primero que hago cuando me bajo del micro es correr hasta la cola y buscar desde ahí qué tan cerca rompió esta vez la ola de la nada. Hasta dónde llegó su espuma. Me deleito cuando encuentro esas marcas, como uñas (o garras) clavadas en la tierra, arrastradas a la fuerza de vuelta al desierto.


Otra vez logré huir de la indiferencia.


H:M





sábado

Cortitos y al paso - Mensajes de texto



Mensaje de Texto




"Puta, no de nuevo... ":

From: Harry Marauda



Hey, ano curioso, ¿Qué haces? ¿Qué pasa por la playa, viejo? No se vos, pero yo quiero cerveza y solo tengo mate. Matecito. Encima en esta plaza todos se drogan. Un par de fumones con instrumentos vinieron a sentarse al lado mío y ya, ya, te puedo decir que eso que siento no es autocultivo. Eso es paraguayo estirado con talco y condimento para ave. Hay un payaso también. Odio a los payasos. Hay un payaso dando vueltas. Seguro que también tiene, quiere o vende drogas. Vos sabes como es la cosa acá, en la plata. O fumas o sos fumado. Claramente, Claramente.


08 / 10 / 2011
17 : 47 : 21

viernes

Quién decide, Quién sobra



Quién decide, Quién sobra





El aula está completamente vacía. Los bancos, dejados así por el curso anterior, están desparramados erráticamente, sin consideración alguna por columnas o filas. Proyectan cierta imagen de desolación, de movimiento que no es más. Los bancos vacíos y las bicicletas tiradas son terribles en ese sentido.

Del otro lado de la puerta, sin embargo, los estudiantes se agolpan en el pasillo, esperando entrar. Algunos están parados y fuman, otros caminan arriba y abajo por el pasillo. Hay quienes sentados entre los pies de los demás leen apaciblemente. Muchos charlan. Uno solo permanece completamente inmóvil y, asomado a la pequeña ventanita circular de la puerta, mira el interior desierto del aula.

El entiende la desolación de los bancos y ésta lo preocupa. Es como una ausencia escurridiza enredada en el pecho, entre los órganos, presionando a los pulmones y el corazón en direcciones forzadas e incomodas. Piensa que en esa aula debería haber alumnos y un profesor a punto de terminar con su lección. Está seguro, aunque mil posibilidades acuden a su mente, de que aquel vacío es antinatural. Quiere irse, faltar a clase, escaparse, pero alguien que solo vio un aula vacía entró delante de él y desencadenó el movimiento. Como una manada todos los alumnos apagaron sus cigarrillos y entraron detrás del primero. Acomodaron sus bancos en formación y se sentaron. Durante un par de segundo el rugido de las patas arrastradas por el piso llena el ambiente, que de repente parece rasgarse. El, aunque todavía inquieto, los imitó. Dios no permita ir contra la manada.

El vibrante enjambre que hasta un segundo se revolvía afuera de a poco se aclimata y tranquiliza. Ya no vibra, apenas si se revuelve en el asiento. Entra el profesor con el saco en una mano y el maletín en la otra. Entra sin solemnidad ni elegancia, sin emoción, pero mientras se acomoda en el escritorio, de espaldas al pizarrón, las últimas voces se apagan. Ahora solo queda el rumor de decenas de dedos recorriendo cuadernos, buscando la página, de manos revisando mochilas, seleccionando y descartando elementos. Todo esto a la vez y el profesor que saluda, que dice “Buenos días” y “¿en dónde nos quedamos?”. Los sonidos se van extinguiendo. Alguien carraspea, otro tose, y la clase empieza.

El estudiante de la puerta, el nervioso, ya se ha tranquilizado. Ya es una oveja más. Ya es una abeja más. En ese momento en el que la duda desaparece, cuando el miedo deja de existir y la inquietud se pierde en la conformidad, también desaparece él. Desaparecen todos. El aula nuevamente está vacía, desolada. Los bancos libres se quedan solos con su respectiva ausencia y, agrupados en rondas de distintos tamaños debaten acerca de sus ocupantes perdidos.


En algún lugar una bicicleta súbitamente sola pierde el equilibrio y cae rendida al suelo. Lentamente sus ruedas dejan de girar.




H:M




miércoles

Me Voy


Me voy




El bolso hecho,
la ropa guardada,


La yerbera llena,
el termo con agua


Los libros en la mochila

Las lapiceras con tinta azul
y negra,
y el cuaderno a mano
ávido.



Me voy.




H:M


lunes

Mi Cronopio




Mi cronopio


Enormísimo cronopio

Louis Armstrong, al lado tuyo, un poroto

Y que Cortázar me perdone



Pequeñito cronopio

Un pichoncito nomás

Una sonrisa



Enormísimo pequeño cronopio

Tan grande y tan pequeño que me entras en un abrazo

Y que un abrazo no alcanza.




H:M


sábado

Censura, riqueza y poder




Censura, riqueza y poder



“La censura no existe, mi amor
La censura no existe, mi...
La censura no existe...
La censura no...
La censura...
La...¡ah!”


Juan Carlos Baglietto


Antiguamente, hace dos mil cuatrocientos años aproximadamente, ser censor era la culminación de una carrera política. Tener esta categoría significaba estar bien arriba en la escalera del poder romana. Claro que llegar a este lugar tampoco era tarea fácil. Para empezar, había que ser senador primero y cónsul después. Recién entonces, y solo si se era poseedor de una enorme autoridad y dignidad pública era posible candidatearse para censor. Las elecciones se llevaban a cabo cada cinco años, durante una ceremonia de purificación que incluía unos cuantos sacrificios y que culminaba con dos nuevos magistrados al servicio de la república.

El deber de los censores, entre otras cosas, era supervisar el comportamiento del público y la moral, censurando, por lo tanto, la forma de actuar. Otra de sus tareas era distribuir los cargos públicos. Como dos milenios no alcanzan para cambiar ciertas cosas, esta distribución se hacía en función del patrimonio de los individuos, convirtiendo así a los censores en instrumentos de la aristocracia, que con el senado ya metido en uno de los bolsillos de su toga, se aseguraba el control de todos los brazos del poder.




H:M