
A partir de ahora este árbol sos vos
Casi frente a mí, a cincuenta metros o menos, hay un árbol que brilla mientras el resto del jardín se apaga con el ocaso. En el medio del verde que lo rodea sus hojas son amarillas donde los dedos pueden rozarlas, naranjas un poco más allá y de un rojo fulgurante bien arriba en la copa. Cada una es una pequeña lengua de fuego y el árbol entero es una enorme llama perenne, que aun azotada por el viento es inapagable. Si cierro los ojos puedo oírlo crepitar. Si los abro y miro un poco más allá, las últimas hojas, las más solas, las más rojas, se recortan contra el cielo azul como chispas que se arremolinan y escapan de una fogata descomunal.
Casi como si pudiera hablarme, casi como si yo pudiera escucharlo, no puedo evitar pensar que tal vez esta sea mi zarza ardiente. Pero yo no tengo un pueblo que liberar. No soy guía ni mensajero de nadie. Solo soy un hombre hipnotizado, sentado casi a oscuras en el banco de un jardín, deseando en silencio ser como éste árbol, que soporta su fuego interno sin hacerse cenizas. Esperando ser, al menos, como sus últimas hojas, las más rojas, las que se recortan contra el cielo y se sacuden y se arremolinan y como si fueran chispas brillando se pierden en la oscuridad.
* * *
Casi no queda gente. Nada más se escuchan los pájaros perdidos en el rumor de las ramas cargadas. Entre tanta quietud sin verlas puedo sentir como las carpas japonesas remueven el agua del estanque, cortando apenas la superficie con sus aletas o boqueando en busca de comida. Escucho la cascada artificial del otro lado del islote. Pero por sobre todo, uniendo a todo, escucho tu respiración cerca de mi hombro. Hay en ella (hay en vos) un ritmo que explicita la paz del ambiente. Un ritmo que sin hablar me dice al oído “calmate…mirá” y es casi como si contara hasta diez y respirara hondo.
Casi no queda sol. Calmado yo te digo “mirá” y te señalo el árbol que todavía brilla, y como si te conociera hace años te cuento lo que ése árbol, que ni siquiera sé como se llama, en realidad es. Te hablo del fuego que hay en él y se propagó en mí. Te digo todo como si fuera una confesión, olvidando miedo y orgullo. Y vos, sonriendo, me contestas. Un par de palabras nada más, que livianas y centelleantes se arremolinan y se pierden en la noche que cada vez más rápido se planta sobre el jardín.
H:M





