jueves

Historia Real



Historia Real

"La Realidad es aquello que, incluso aunque dejes de creer en ello, sigue existiendo y no desaparece." - Philip K. Dick


Hoy no pudimos entrenar en la cancha de Rugby porque la lluvia había hecho estragos, así que nos mandaron a correr por el bosque.
Los más rápidos pronto se perdieron de vista; los no tan lentos también. Al final nos quedamos un pequeño grupo de forwards, 5 o 6, trotando lo mejor que podíamos.
El bosque de noche, como muchos sabrán y habrán comprobado, es un lugar extraño.  Los caminos son sinuosos y las luces amarillas no generan un afirmado sentido de seguridad. Uno constantemente se encuentra mirando por sobre el hombro, bosque adentro, donde las sombras se mueven de formas extrañas, haciendo ruidos sutiles pero cargadísimos de significado. 
Después de un rato de correr y una leve llovizna que se confundió rápidamente con el sudor, nos topamos con un sector del camino cerrado con cintas de precaución anaranjadas. El viento y la lluvia de lo últimos días habían roto unas cuantas ramas gruesas que esperaban tiradas ahí a que alguien las pase a levantar. Eran todo un obstáculo.
Un poco más allá las luces se terminaban de repente. Eran doscientos metros, más o menos, en total oscuridad. Después los faroles volvían a funcionar, pero en el medio había que andarse con cuidado. Reducimos un poco el paso y nos compactamos para evitar accidentes. Si alguien venía corriendo del otro lado no lo veíamos hasta que ya estaba cerca, y aún entonces apenas se intuía como una sombra difusa. Uno de mis compañeros se tropezó.
No iríamos por la mitad cuando nos pareció ver una de estas figuras detenida en el medio del camino. No lo llegábamos a distinguir bien, pero parecía estar en una posición extraña, con las patas abiertas y los codos levantados por sobre la cabeza. No avanzaba, pero se movía en el lugar. Como que se contoneaba. 
Súbitamente el farol que le correspondía a ese segmento parpadeó y se prendió, revelando lo que teníamos delante. El hombre que hasta ese momento no había sido más que una silueta apareció de cuerpo entero con la luz. Literalmente: estaba en bolas. Mejor dicho, tenía los pantalones y los calzoncillos por los tobillos, y se estaba levantando la remera y el buzo con las manos, mostrando todo desde las tetillas para abajo. Tenía un gorro de lana que le tapaba la cara, y ni se dio por aludido cuando la luz lo dejó en evidencia. Simplemente siguió ahí...moviendo al amigo.
Los que veníamos más atrás nos detuvimos, pero uno de mis compañeros, un pilar grande y tosco, estaba demasiado cerca ya. Su reacción fue automática: como si el exhibicionista llevara la guinda en sus manos y estuviera al borde de engancharnos un tanto, mi amigo saltó sobre el. El hombro por delante, en un ademán rápido y poderoso y todos sus músculos empujando al mismo tiempo. En cualquier juego reglamentario el golpe hubiera sido considerado ilegal. Tackle al cuello o alto, se lo llama. El nudista nocturno calló seco al piso. En ningún momento llegó a proferir sonido. Nosotros, lentamente, seguimos corriendo y un par de metros más allá nos encontramos con un guarda, al que le indicamos lo que había sucedido. "Ojo que está en bolas", le avisamos, y lo dejamos en sus manos. No sé que habrá pasado después.
Cuando llegamos de nuevo al gimnasio nadie dijo nada. Supongo que es una de esas historias que se guardan hasta el asado y la cerveza. 




Hache Eme

martes

Espalda de mujer




Espalda de mujer




Me encanta el pelo largo que cae sobre la espalda de una mujer abriéndose en canales desordenados, chispeantes. Salpicando su cuerpo con rayitos de vida que van más allá del suave subir y bajar de la respiración.
            A veces, ese flujo hipnotizante va más allá, más lejos, y obliga al paseante a seguir su rastro río abajo, rastreando sus curvas y sinuosidades, pasando por alto ciertas fronteras. Imaginando, incluso, que no existen.
            En el límite ético, ya que no estético, me freno, por imposición o por decoro, y vuelvo a remontar cascada arriba, hasta la fuente, como un salmón, si no enamorado, casi. Encantado o encaprichado, lo mismo da, como yo mismo, en fin, y anda a saber cuantos más.
            Es en este momento donde las orejas se dejan ver, surgiendo de la corriente como periscopios, espías atentos al elogio y la calumnia. Son monolitos, señales de una divinidad, primeros mensajeros de la piel.
            Finalmente, llego a la mejilla, culmine del recorrido. Ternura templada, recostada suavemente en la palma o los nudillos. Rosado y vibrante hogar de unos ojos que no se ven y marco terso de labios que solo a medias son reales. La otra mitad le corresponde a la imaginación. Ahí habitan por siempre. Más acá y mas allá del deseo.



Hache Eme

miércoles

No quedó nadie


No quedó nadie


Cuando todos se fueron, yo también me fui. Dejé a la soledad abandonada como un trasto viejo en un departamento vacío. Chupara polvo y oxido, criará musgo y mugre, y quizás en mil años otro inquilino la encuentre y pueda interpretarla. O No. Tal vez su mejor destino posible sea el olvido, ese exilio para los incurables.

Hache Eme

lunes

Separaciones / Ambos lados del camino




Separaciones / 
Ambos lados del camino


En un segundo dejé mi reflejo en la ventanilla trasera de un auto que apenas llegue a esquivar, y mi sangre en el parabrisas del colectivo que venía detrás.
Nunca miro antes de cruzar.
Nunca miraba.
Mi miedo y mi sorpresa, todas las emociones y la memoria, se fueron con aquel auto, acelerando a la vuelta de la esquina. Nos separamos. Mi carne se la abandoné al rugido de los frenos y la bocina.
El cuerpo, por su lado, no se murió instantáneamente. Pasó un par de meses vacío en un hospital, apagándose. Unos pocos lo lloraron mucho.
El alma (alma, mente, esencia, espíritu ¿Fantasma? No se como llamarlo. No se que soy) aún no se esfumó. Cambió un marco por otro. En él nuevo sigo viajando, por suerte. Pienso estas cosas encerrado en la ventanilla de un Renault 19.

Hache Eme