
La fuga del paralítico en bicicleta
Dedicado a Antonio Sproviero, el abuelín, a un año (y cinco guitas) de que cruzara la calle.
El día que mi abuelo murió me negué a ir al velatorio. Fui a ver a mi abuela a su casa, la abracé, saludé a mis tíos y con los primeros relámpagos de una tormenta que se acercaba me marché. En la calle las nubes no dejaban pasar la poca luz que quedaba, y la gente, por las dudas, ya caminaba apretándose por debajo de las cornisas y los toldos. Indiferente al resto del mundo, caminé sin apuro, oliendo la humedad del aire y sintiendo la electricidad del cielo juguetear en las yemas de mis dedos y escaparse.
No me sorprendí cuando, llegando a la esquina, vi a mi abuelo parado cerca del poste, en pijama y pantuflas, con las manos cruzadas atrás de la espalda y balanceándose lentamente sobre sus talones. Me estaba esperando. Cuando me vio venir sonrió casi sin curvar la boca, pero dejando que se asomaran los dientes entre sus labios finos. “Babelitus” dijo, “¿Vamos?”. Caminamos juntos, lento, obviando a la gente que nos corría al lado, en todas direcciones, huyendo de la lluvia. El iba solo, pasito a pasito, si, pero sin ayuda. Apenas se agarraba de mi hombro, menos para mantener el equilibrio que para hacerme sentir con su peso esa presencia. Mirando sus pies empantuflados se me ocurrió que nunca lo había visto saltar, ni correr. Los últimos años me habían hecho olvidar que siempre tuvo los pies sobre la tierra.
Hablando bajito me recordó como eran los años antes de la enfermedad, ese tiempo en que yo era chico, el un poco más joven y todos mucho más que la suma de las partes. Fuimos retrocediendo desde el último año nuevo que festejamos en familia: los almuerzos en el negocio, los partidos de chinchón, las vacaciones en Córdoba, el casamiento de mi tío, el de mi tía, su viaje al sur ese verano cuando yo todavía estaba en la secundaria, esa vez en el 97 en que compartimos departamento en Villa Gessel y cada una de las navidades en las que mi familia se permitía viajar a Buenos Aires. Le hice acordar de aquella vez en playa unión, cuando nos mandaron a comprar fiambre y estuvimos a punto de volver con un balde de 50 litros de aceitunas; y el cantito con el que le contestaba a mi abuela cuando esta lo cagaba a pedos: “Voce nao tem problema”, con la a final alargada: “problemaaaaaaaaa”.
Se rió hasta quedarse mudo cuando llegamos al cumpleaños de cuarenta de mi viejo. Mi mamá, decidida a hacer un espectáculo del evento, había organizado una fiesta sorpresa en un salón de la ciudad. Entre los muchos invitados estaban él, mi abuela y mi tía, sorpresas dentro de la sorpresa, especialmente venidos todos desde Lomas de Zamora para la ocasión. Esa noche mi papá llegó engañado, y cuando abrió la puerta del local y lo sorprendieron la música estruendosa y los reflectores, fue mi abuelo el que le salió al paso y, servilleta en el antebrazo e inclinación de cabeza incluida, lo recibió con un “Buenas noches señor ¿Tiene reservación?”.
Con un leve apretón en mi hombro me hablo de cuando yo era bien chiquito, de cuando nací. De cómo esa fecha le había hecho ganar a la quiniela y de como había repartido entre la familia toda esa plata que le vino de arriba en un impulso que le vino de adentro. Me habló de un montón de cosas que me hicieron reír y me impulsaron a seguir caminando, por eso me tomó por sorpresa cuando vi que reducía el paso. Estábamos llegando a una nueva esquina, y en ésta supe que a él le tocaba cruzar. Parados, casi en el borde, nos quedamos mirando al otro lado. Lentamente fue retirando su mano de mi hombro y su peso de mi espalda, y cruzó la calle sin darse vuelta ni mirar a los costados. Recién en la otra esquina se volvió y se largó a reír, a carcajadas, hasta quedarse mudo. Al final gritó algo que no pude escuchar. Después abrió el semáforo y lo perdí entre los autos. Me pareció que se iba pedaleando.
H:M
3 comentarios:
¡Me encanta Harry! No lo había visto hasa recién. Te quedo medio sentimental pero está bueno. Me gusta como vas armando toda una cronología a partir de pequeñas anecdotas. Si te interesa saber que efecto produce en alguién que no conocía a tu abuelo, como dijiste en el taller, debo decir que al leer esto siento que ya lo he conocido. Armás muy bien el personaje (ya sé que es tu anuelo, pero desde el momento en que escribís sobre él se convierte en un personaje desarrollar. Creo que, de lo que has escrito hasta ahora, este texto es el que más me gusta (al menos entre los que he leido, me da mucha pereza recorrer el blog desde el inicio.
Perdón por las faltas en el comentario anterior. Recién ahora las veo y no se como corregirlas. Me gustó tanto el cuento que quise comentar enseguida.
Hola Harry. Llegué aquí porque tu tía Laura publicó este texto en Facebook. Conocí a tu abuelo. Soy prima de tu mami. La hija del tío bebé (hermano del nono). Y si querías saber si ese personaje se parece a Antonio, no tengas dudas... lo ví en el pijama que describiste, en sus pantuflas, en su sonrisa, en su frase para Leda... Excelente. Además, excelente porque me dejó empezar a conocerte a vos.
Un beso.
Laura (la otra Laura de la familia, más vieja)
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