viernes

Monigote




Monigote


Cipriana se saca los auriculares y abre la puerta, pero hasta ahí llega. 
A primera vista todo sigue igual. Los muebles están en orden y no hay más cosas tiradas en el piso de las que ella dejó así antes de irse. Nada se mueve, nada hace ruido, pero hay algo, no sabe que, escondido en el cuarto que se extiende frente a ella. Ese sentimiento la agobia y la mantiene clavada en el umbral, con la mano aun en el picaporte y la mochila a medio camino del piso.

Los últimos rayos de sol de la tarde aprovechan la puerta abierta y también se asoman a ver. Rodean a Cipriana y recortan su figura en el piso y las paredes mientras ella lentamente recorre la habitación con los ojos, rastreando un cambio, lo que sea. Se detiene fugazmente en los posibles escondites, en las sombras de los rincones y los ángulos ciegos. Busca señales de movimientos inusuales y duda de la posición de cada uno de los bártulos que han quedado tirados por ahí. Comienza a desesperarse. “Estoy segura de que yo no dejé esa taza en la mesada.¿Porqué está prendida la computadora? ¿Qué hace la cartera ahí, con el cierre forzado de par en par, como un animal abierto en canal?” Cada una de sus sospechas tiene una explicación perfectamente lógica, y ella lo sabe, pero no puede encontrarlas en el desorden que se ha vuelto su cabeza. 

“Respirá profundo” dice y se obliga a obedecer. “Calmate”. 
De a poco las cosas vuelven a su lugar y la amenaza retrocede hacia algún punto oscuro de su mente. Con la mano todavía en el picaporte y dispuesta a cerrar la puerta al menor indicio de amenaza, Cipriana vuelve a investigar la habitación. Esta vez lo primero que salta a la vista es el viejo muñeco de trapo que su hermana trajo a la casa hace unas semanas. No entiende como no lo vio la primera vez. Nadie lo ha tocado desde que lo colgaron de una viga del entrepiso, y ahí sigue, sentado en su ridícula hamaquita, meciéndose casi imperceptiblemente y con la mirada vacía perdida en algún punto de la pared. Nada ha cambiado.  Pero si todo sigue igual ¿Por qué este súbito escalofrío? ¿Por qué la piel de gallina y la duda que la paraliza? Sin moverse de su lugar lo mide. Observa los detalles que tanto le llamaron la atención cuando lo vio por primera vez. Tiene algo ese monigote que no deja de llamarle la atención.

El muñeco cuelga laxo en su esquina, con la cabeza ligeramente doblada sobre el cuerpo. Su pelo desordenado de lana azul ensombrece a medias la cara que ella conoce de sobra. Sabe que allí detrás se esconden los opacos ojos celestes, la ineludiblemente redonda nariz roja y esa extraña mueca, eternamente a medio camino entre una sonrisa y un suspiro. No se movió. No puede haberse movido. Sentado en su hamaca está tan quieto que parece mantener la respiración, como esperando que su dueña se decida: adentro o afuera. Adentro o afuera. 
La inmovilidad del muñeco la pone nerviosa ¿Seguro que no esta ladeado? ¿Se habrá patinado? Dejó la ventanita de la cocina abierta, quizás el viento…Trata de adjudicarle la causa de su inquietud a toda costa, pero no puede identificar el problema. El monigote simplemente lo disimula demasiado bien. 

Cipriana ya perdió la cuenta del tiempo que lleva así, con un pié adentro y el otro afuera, pero ya no puede dilatarlo más y, resignada, finalmente se zambulle. Da el primer paso con los ojos cerrados, como si fuera un salto de fe, e inmediatamente la normalidad la sigue, invadiendo ese territorio que había sido inhóspito un segundo atrás. 

Respira profundo y sonríe. El mundo que conocía ha vuelto a existir.
 Patea la mochila a un lado y deja las llaves sobre la mesita de luz. Mientras se saca la campera le dedica una mirada más al muñeco e incluso se voltea una última vez para vigilarlo de camino a la cocina. Aquella inquietud de hace un instante se ha diluido, pero aún queda un rastro que alcanza a escaparse entre sus labios. “Todo está demasiado silencioso” dice y entonces se da cuenta. Clemente, su gordo gato atigrado, no fue a recibirla a la puerta. Se siente ridícula al darse cuenta de que todo ese miedo era consecuencia de una falla en la rutina. Algo que se repetía todos los días y que de repente no lo hizo casi la vuelve loca. Avergonzada, llama al gato un par de veces, pero esté no aparece por ningún lugar. Sin embargo ahora tiene a flor de piel todas las explicaciones de la razón reconquistada y enseguida se dice que debe haber salido por ahí, que la ventana estaba abierta y todas las gatas del mundo del otro lado del cristal. Por fin más relajada, entre a la cocina y se olvida.

En su esquina del living el muñeco escucha como la cafetera se pone en marcha. Siempre inmóvil, sigue con el oído a Cipriana mientras ella va de una habitación a la otra, y solo cuando siente a la puerta del baño cerrarse entre ellos afloja lentamente su mano de trapo, dejando caer un manojo de bigotes de gato. Suspira: esta vez casi lo agarran. 

Hache Eme


lunes

Virginia decide matar




Virginia decide matar


 "Chupala, Coelho"

Virginia es menudita, simpática y bonita: nadie va a sospechar de ella. La posibilidad de que alguien la culpe de lo que está a punto hacer (y de hecho llevaba semanas planeando) es tan remota que podría haberlo comentado abiertamente y nadie la hubiera tomado en serio. Lo habrían tomado como una broma más, otro de sus arranques de personalidad, como los insultos que a duras penas puede tragarse durante las horas de trabajo. Sus compañeros se divierten cuando la ven ponerse roja y achicar la cabeza entre los hombros, intuyendo ese “la concha de la vaca” que quiere salir y no puede. A los ojos del mundo es inofensiva.
Nada es en serio cuando ella habla; sus amenazas caen en saco roto. Al lado de los monstruos y bichos raros con los que cursa y se junta, como yo mismo, ella es, o parece, un ángel puteador. Quienes más la conozcan dirán otra cosa. Van a mencionar un temperamento insospechado y un poco cascarrabias, pero nada serio, nada preocupante.
Este es justamente el tema.
Simplemente se cansó de que todo lo que diga sea un chiste. Que se rían de sus amenazas la avergüenza y desmerece su furia. Esta es la razón por la que ya desde hace unas semanas, disimuladamente fue comprando veneno en distintas farmacias, siempre en pocas cantidades,  para que no le hagan preguntas.
También por esto fue buscando distintas recetas de tortas, tartas y bizcochos, todos los suficientemente dulces como para tapar el amargo sabor de los tóxicos.
De a poco los fue probando en animales: lo hacía migas y se lo tiraba a las palomas o lo dejaba en algún rincón de una plaza, al alcance de perros y  gatos hambrientos. Al principio ni se acercaban, ya que el olor del veneno era tanto y tan puro que los ponía sobre aviso a un kilómetro de distancia. Con el tiempo, sin embargo, fue perfeccionando la dosis y los bichos empezaron a aparecer muertos, hinchados, verdosos y con la lengua afuera.
Supo que estaba lista cuando por error un vagabundo se comió la porción de algún perro. Ella misma encontró el cadáver una mañana, mientras iba a la facultad, pero ese cuerpo retorcido por el dolor y con restos de torta aún en la mano no le movió un pelo. En cambio sonrió un poquito, como cuando finge escuchar lo que le dicen, y empezó a afinar los detalles para el siguiente lunes. Es decir, Hoy.
Yo, compañero y narrador, por esta doble naturaleza que me da el ser  autor de estas líneas, lo se todo. Conozco su plan.  Mientras nos repartimos entre los asientos, en ronda, como todos los lunes, la veo sonreír emocionada, achicando un poco los ojos. Sabe que nadie sospecha nada. Yo, con escribirlo, así lo dispuse.
Es el momento de la verdad.
Vamos entrando en calor entre chistes y saludos, con los comentarios de la semana en que no nos vimos. Alguien saca un paquete de galletitas, yo preparo el mate. Virginia, al lado mío, abre la mochila y saca un gran tupper plástico.
“Traje torta” dice, disimulando su alegría.
Todos se sirven. Yo le paso el mate y ella guiña un ojo.



Hache Eme

jueves

Historia Real



Historia Real

"La Realidad es aquello que, incluso aunque dejes de creer en ello, sigue existiendo y no desaparece." - Philip K. Dick


Hoy no pudimos entrenar en la cancha de Rugby porque la lluvia había hecho estragos, así que nos mandaron a correr por el bosque.
Los más rápidos pronto se perdieron de vista; los no tan lentos también. Al final nos quedamos un pequeño grupo de forwards, 5 o 6, trotando lo mejor que podíamos.
El bosque de noche, como muchos sabrán y habrán comprobado, es un lugar extraño.  Los caminos son sinuosos y las luces amarillas no generan un afirmado sentido de seguridad. Uno constantemente se encuentra mirando por sobre el hombro, bosque adentro, donde las sombras se mueven de formas extrañas, haciendo ruidos sutiles pero cargadísimos de significado. 
Después de un rato de correr y una leve llovizna que se confundió rápidamente con el sudor, nos topamos con un sector del camino cerrado con cintas de precaución anaranjadas. El viento y la lluvia de lo últimos días habían roto unas cuantas ramas gruesas que esperaban tiradas ahí a que alguien las pase a levantar. Eran todo un obstáculo.
Un poco más allá las luces se terminaban de repente. Eran doscientos metros, más o menos, en total oscuridad. Después los faroles volvían a funcionar, pero en el medio había que andarse con cuidado. Reducimos un poco el paso y nos compactamos para evitar accidentes. Si alguien venía corriendo del otro lado no lo veíamos hasta que ya estaba cerca, y aún entonces apenas se intuía como una sombra difusa. Uno de mis compañeros se tropezó.
No iríamos por la mitad cuando nos pareció ver una de estas figuras detenida en el medio del camino. No lo llegábamos a distinguir bien, pero parecía estar en una posición extraña, con las patas abiertas y los codos levantados por sobre la cabeza. No avanzaba, pero se movía en el lugar. Como que se contoneaba. 
Súbitamente el farol que le correspondía a ese segmento parpadeó y se prendió, revelando lo que teníamos delante. El hombre que hasta ese momento no había sido más que una silueta apareció de cuerpo entero con la luz. Literalmente: estaba en bolas. Mejor dicho, tenía los pantalones y los calzoncillos por los tobillos, y se estaba levantando la remera y el buzo con las manos, mostrando todo desde las tetillas para abajo. Tenía un gorro de lana que le tapaba la cara, y ni se dio por aludido cuando la luz lo dejó en evidencia. Simplemente siguió ahí...moviendo al amigo.
Los que veníamos más atrás nos detuvimos, pero uno de mis compañeros, un pilar grande y tosco, estaba demasiado cerca ya. Su reacción fue automática: como si el exhibicionista llevara la guinda en sus manos y estuviera al borde de engancharnos un tanto, mi amigo saltó sobre el. El hombro por delante, en un ademán rápido y poderoso y todos sus músculos empujando al mismo tiempo. En cualquier juego reglamentario el golpe hubiera sido considerado ilegal. Tackle al cuello o alto, se lo llama. El nudista nocturno calló seco al piso. En ningún momento llegó a proferir sonido. Nosotros, lentamente, seguimos corriendo y un par de metros más allá nos encontramos con un guarda, al que le indicamos lo que había sucedido. "Ojo que está en bolas", le avisamos, y lo dejamos en sus manos. No sé que habrá pasado después.
Cuando llegamos de nuevo al gimnasio nadie dijo nada. Supongo que es una de esas historias que se guardan hasta el asado y la cerveza. 




Hache Eme

martes

Espalda de mujer




Espalda de mujer




Me encanta el pelo largo que cae sobre la espalda de una mujer abriéndose en canales desordenados, chispeantes. Salpicando su cuerpo con rayitos de vida que van más allá del suave subir y bajar de la respiración.
            A veces, ese flujo hipnotizante va más allá, más lejos, y obliga al paseante a seguir su rastro río abajo, rastreando sus curvas y sinuosidades, pasando por alto ciertas fronteras. Imaginando, incluso, que no existen.
            En el límite ético, ya que no estético, me freno, por imposición o por decoro, y vuelvo a remontar cascada arriba, hasta la fuente, como un salmón, si no enamorado, casi. Encantado o encaprichado, lo mismo da, como yo mismo, en fin, y anda a saber cuantos más.
            Es en este momento donde las orejas se dejan ver, surgiendo de la corriente como periscopios, espías atentos al elogio y la calumnia. Son monolitos, señales de una divinidad, primeros mensajeros de la piel.
            Finalmente, llego a la mejilla, culmine del recorrido. Ternura templada, recostada suavemente en la palma o los nudillos. Rosado y vibrante hogar de unos ojos que no se ven y marco terso de labios que solo a medias son reales. La otra mitad le corresponde a la imaginación. Ahí habitan por siempre. Más acá y mas allá del deseo.



Hache Eme

miércoles

No quedó nadie


No quedó nadie


Cuando todos se fueron, yo también me fui. Dejé a la soledad abandonada como un trasto viejo en un departamento vacío. Chupara polvo y oxido, criará musgo y mugre, y quizás en mil años otro inquilino la encuentre y pueda interpretarla. O No. Tal vez su mejor destino posible sea el olvido, ese exilio para los incurables.

Hache Eme

lunes

Separaciones / Ambos lados del camino




Separaciones / 
Ambos lados del camino


En un segundo dejé mi reflejo en la ventanilla trasera de un auto que apenas llegue a esquivar, y mi sangre en el parabrisas del colectivo que venía detrás.
Nunca miro antes de cruzar.
Nunca miraba.
Mi miedo y mi sorpresa, todas las emociones y la memoria, se fueron con aquel auto, acelerando a la vuelta de la esquina. Nos separamos. Mi carne se la abandoné al rugido de los frenos y la bocina.
El cuerpo, por su lado, no se murió instantáneamente. Pasó un par de meses vacío en un hospital, apagándose. Unos pocos lo lloraron mucho.
El alma (alma, mente, esencia, espíritu ¿Fantasma? No se como llamarlo. No se que soy) aún no se esfumó. Cambió un marco por otro. En él nuevo sigo viajando, por suerte. Pienso estas cosas encerrado en la ventanilla de un Renault 19.

Hache Eme

martes

Sarna


Sarna


tengo una picazón fantasma
y solo una pluma
con que rascarme
es cuestión de tiempo
espero
para que den la una
con la otra
pero hasta entonces colecciono
arañazos y
rayones de tinta
azul


Hache Eme


domingo

Instinto

Instinto





ando buscando un beso
solo eso
sin obligaciones
por los tiempos pasados
por lo que perdí
eso que anda por ahí
vagando
sin responsabilidades
pero con
pedigrí
eso olvidado pero
tan aquí
tan ahora
tan así

ando buscando un beso
por que si
porque falta
porque dejo un vació
y se fue
porque estuvo
porque es
o casi
porque dejo una marca
una huella
un pie


ando buscando un beso
un beso
un

Hache Eme




jueves

Notas al pie del día



Notas al pie del día



Lunes:
pelea con las sabanas
y con el sol
odio a la rutina
y sometimiento
Martes:
gramática de la lengua española
filosofía del lenguaje
mate
mate
baño
mate
Miércoles:
almuerzo en el buffet
siesta en el aula
circo en el barro
dolor en la cancha
Jueves:
Literatura española
medieval y renacentista
en alguna diagonal de la plata
de cuyo número
no quiero acordarme
Viernes:
algo
creo
no estoy seguro
Sábado:
almuerzo tarde
cerveza en el balcón
cita con la vida
expectativas
y desilusión
Domingo:
lavado y tendido
de ropa y
voluntades
cartas con la melancolía
noticias
de la soledad
y algún libro
tal vez

si queda tiempo


Hache Eme


Primer inventario


Primer Inventario



Al día de hoy
(primero de angosto de dosmilypico)
tengo:

una máquina de escribir
rota
una computadora
también rota

dos pares de lentes
(el primero rayado)
dos bibliotecas con
quichicientos libros cada una
tres plumas parker
muy bonitas
 y dos cuadernos por la mitad.

También tengo
cuatro mates con sus respectivas
bombillas
Cincuenta y tres botellas vacías de
cerveza importada
un taco de pool que encontré en
la calle
Y un cajón prohibido
en mi mesita de luz

Faltan
o sobran, quizás,
mil grullas
demasiadas manchas blancas en los dedos
una cicatriz en la ceja izquierda
una marca en forma de isla en un brazo
trescientos dieciocho pelos de barba
veinticuatro años

y un callo en el dedo mayor




Hache Eme

domingo

Instantánea 2




Instantánea 2


De camino a la estación de tren me crucé con un flaco en bicicleta que iba cantándole heavy metal a su celular. Lo trajo el viento a favor del bulevar, y tan rápido salió de una niebla y se metió en la otra que el recital solo duró un segundo. El pibe venía emocionado, sin apoyar el culo en el asiento y pedaleando a todo dar, con las primeras gotitas de la llovizna empujándolo por la espalda, y vaya uno a saber que esperanza de fama ilusionándolo más adelante. Estaba enfundado en una cazadora verde militar y una gruesa vena hinchada marcaba el esfuerzo en su cuello. Lo cierto es que entonaba bastante bien, y se las arreglaba sin problema para mantener el equilibrio con una sola mano, lo que ya de por si lo coronaba más habilidoso que muchos. Por las notas agudas yo diría que era algo de O’Connor, pero probablemente me esté equivocando. Una mujer a la que casi atropella se lo quedó mirando, se pasó la ecobolsa de Disco de una mano a la otra y levantando un puño bien arriba le gritó mientras desaparecía: “¡Aguante Almafuerte, la concha de tu madre!”.

Hache Eme

jueves

La aguja hipodérmica




La aguja hipodérmica




No conocí la amargura de las palabras hasta que me tocó 
tragarlas. 
Con la arcada aprendí
que su veneno no está en la tinta 
ni en el colmillo de la pluma. 
Que el grito no se pierde con la voz 
ni recuerda la garganta que lo parió. 
Que el sollozo no cae con las lagrimas
sino por las letras de la mejilla. 
Es la palabra 
Mordida ponzoñosa
Sostén del eco
Lamento.
Es la palabra Amargura.




Hache Eme






sábado

Aberración



Aberración



Soy foto de una foto.
Recuerdo velado.
Sombra
con los colores deslucidos y la imagen
fuera de foco. 
Sin nitidez.
Sin límites.

Solo me mueve la voluntad de lo perdido o 
lo inalcanzable. 
El cariño a preservar 
en lo que hace rato se quemó.


Soy / estoy a falta del original. 
Estoy diluido. 
Soy delusión.




Hache Eme

jueves

Miedos de época



Miedos de época



El tobogán temido de mi infancia 
no era tan alto. 
El perro de la casa abandonada 
no era tan grande.
Mi patio de noche 
nunca 
          fue 
               tan 
                    oscuro 
y debajo de mi cama no entraba ningún monstruo.

Ojala fueran tan altos, tan grandes, tan oscuros. 
Ojalá entraran mil espantos abajo de mi cama.

¿En qué momento cambié aquellos miedos fantásticos
por estos patéticos,
agobiantes,
y rutinarios
miedos de todos los días? 


¿En qué momento cambiaré estos miedos
por los próximos?



Hache Eme

martes

De pescadores y niebla



De pescadores y niebla




“Domingo 32 de otoño - La Niebla -
este cuarto que no eligió
este mundo que no es el suyo
y estos ojos desconocidos que la miran
que la buscan,
y aseguran conocerla.
Acá la niebla....
Mas allá, también la niebla.”
- Agarrate Catalina, La niebla


Camino por la calle pensando en cuanto me incomodan los zapatos. Camino y observo el lunes en su plenitud. La mirada de las personas es gris. Todos tienen el fin de semana en la cabeza, a esos otros que eran y ahora ya no son. Todas las miradas son iguales hasta que te veo. Como en las películas un rayo me fulmina, y ahora mi mirada es la tuya.

Nos conocemos, o al menos nos conocimos en algún momento. Veo en tus ojos el esfuerzo que haces para ponerle un nombre a la cara. No vas a poder: esta cara es una sombra. Este cuerpo, esta ropa, todo es parte de la niebla. De esta, de lunes húmedo, de otoño a las nueve de la mañana, o de la otra, irrevocable, que el tiempo asienta en la memoria.
Puedo verme como vos me ves. Ibas caminando por el bosque y de repente viste un árbol y te sorprendiste. Es esperable. Nadie sospecha la individualidad del otro (a veces ni la propia) durante el horario de oficina.
Te agarrás de lo que sea para adivinar mi identidad, pero te lo adelanto: Yo no soy estos zapatos empapados del agua que la lluvia de la madrugada encharcó en el hueco de una baldosa rota. No soy esta figura encorvada, achicada sobre si misma para protegerse de la humedad. No soy esta alma en pena que con la cabeza gacha se prepara para otro azote divino. No te esfuerces, no soy el que conociste. Que no te avergüence haberme olvidado. Era esperable. Quedate ahí, en tu esquina. Vos estás de un lado del tiempo y yo del otro. Ahorrémonos el disgusto de mentirnos.
Y sin embargo, esa cara. ¿De dónde sale esa emoción? Pareces un pescador que recoge la línea pensando que era un pique el tirón que cortó la tanza, y que se apura por acortar la distancia con la decepción de descubrir que del otro lado ya no hay nada. Que hay menos que antes.
Pero esa cara me dice que estás a punto de cruzar. Cuidado con el charco, entonces. Te lo dije. Apurate que ya corta el semáforo. Yo te voy a esperar. Voy a simular la misma curiosa alegría. Voy a darte una oportunidad.
Ya cruzas la calle a grandes trancos. Ya levantas un brazo, como para confirmar que me reconociste. Como para detenerme en el lugar, como si fuera un colectivo o un taxi que en un segundo se va para siempre. Ya levantas el otro brazo y me lo veo venir: el abrazo titubeante, que por no querer ser frío es más largo de lo que el protocolo y la comodidad dictan.
Vi esta misma escena en incontables películas, en blanco y negro y a color, ninguna más artificial que esta vida nuestra. Y así es, exactamente. Todo va de acuerdo al guión hasta que de repente me agarrás de los hombros y me mantenes así, a un brazo de distancia. Me miras fijo y te reís (¿De qué? ¿De qué carajo te reís?). Un segundo más y me palmeas la espalda, y todavía sonriendo me decís:

¿Viste?  Yo seré un pescado más, pero en esta laguna todavía hay pique.




Hache Eme



lunes

Caricatura




Caricatura




"Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota, pero no se deje usted engañar, es realmente un idiota." –Groucho Marx

Mírenme de frente. Con la luz adecuada no van a poder ver mis ojos. Mi frente les hace sombra. Crece, desde mi infancia, sin ninguna consideración. Por momentos de manera desenfrenada. Es un bulto. Un atavismo cretácico mas apropiado para un Pachycephalosaurio que para lo que aún me atrevo a considerar un ser humano. Me gustaría poder alardear de que semejante frente debe estar ocultando un desmesurado cerebro, pero…¡Por favor!
            Siguiendo con las exageraciones, ¿Qué me dicen de mis orejas? Creo que fueron la principal causa de que me dejara crecer el pelo tantas veces. Son todo un caso médico, además de un claro tributo de mis padres a Dumbo. Por suerte, mi sobrecogedora apariencia de monstruo mantiene alejada a la gente, ya que si alguien se atreviera a acercarse lo suficiente como para, digamos, mojarme la oreja, descubriría que, al igual que mi nariz, esta es anormalmente blanda. Pura maleabilidad. Soy capaz, aún hoy, de doblarlas hasta formar un pequeño y repugnante raviol.
            No olvidemos mis “ojos de loco”, según mi propia madre y mi ex novia, o los monumentales culos de botella que tengo que usar no solo para ver algo, si no, y principalmente, para disimular aunque sea un poco, un ápice, mi también reconocida “cara de loco”.
            Ahora bien. Puede ser que en este momento, si como les pedí me están mirando de frente, no vean muchas de las cosas de las que estoy hablando. No por esto piensen que estoy exagerando, a pesar de que esto es, al fin y al cabo, una caricatura. En realidad esto se debe a que llevo años esforzándome, como un auténtico monstruo o un asesino en serie, por pasar desapercibido. Nótese al respecto mi andar encorvado y mis ropas discretas. Para esconder mi innata torpeza me volví siniestramente cuidadoso. Por ejemplo, no van a escuchar mis pasos a menos que yo quiera que lo hagan, ni van a verme llegar antes de que sea demasiado tarde, si así lo deseo. ¿Recuerdan lo que dije recién acerca de los monstruos y los asesinos seriales? Esto suele asustar tanto a la gente que muchas veces me veo obligado a disimular mi disimulo, mandándome una deliberada y estrepitosa cagada, para evitarles sorpresas desagradables, como un Yo apareciendo de repente.
            Como se imaginaran por lo que acabo de contarles, mi peso, altura, porte y abundante vello corporal hacen que me sea imposible, o al menos difícil, hacer ciertas cosas. No puedo salir a caminar de noche con una pala al hombro, con o sin justificación, sin que algún vecino aterrado llame a la policía; y si le digo a una madre con la que comparto la fila del supermercado “que bebé más lindo”, ella lo sujeta con fuerza, grita y corre, no siempre en ese orden.
            No voy a molestarme en contarles acerca de mis otras fallas, marcas de nacimiento o cicatrices, ya que son muchas y bizarras y no quisiera mal predisponerlos a conocerme. Déjenme decirles solo que ser el primogénito confirma mi teoría, según la cual yo vendría a ser alguna clase de prototipo o primer modelo con fallas. Algo así como una versión alfa, no pensada para la producción en serie. Esto debería tranquilizarlos.

¡Dejen de mirarme!




Hache Eme





sábado

Grados



Grados

"No puedo concretar la hora, ni el sitio, ni la mirada, ni las palabras que asentaron los fundamentos. Hace ya bastante tiempo. Cuando me di cuenta de que había principiado, me hallaba ya a medio camino." 
 - Mr. Darcy. Orgullo y Prejuicio, Jane Austen.


Soy lo suficientemente atento como para reconocer cuando ciertas cosas calan más profundo que antes. Unos ojos, unos labios. Algo tan significativo como unas cuantas palabras sueltas o un ademán con el pelo o los hombros. El primer síntoma es la atención. El germen reside ahí, en una súbita valoración sorprendente de la otra persona. En la expectativa que genera el pómulo que va a revelar una sonrisa, ahora sí, inigualable.
Aceptar esto es saberse perdido. Es decidir, final o nuevamente, abrirse al amor. Aunque más no sea un intento o su sombra.
No es el milagro de un amor a primera vista. No es un rayo cegador. Es abrir los ojos a la luz que se cuela por las rendijas de la persiana. El calorcito del sol de la mañana. Es desperezarse lentamente y estirarse. Estar despierto como oposición al escondite del sueño, aunque siempre existe la posibilidad de que ninguno sea real.
Es triste, quizás, por ese pie que, con cuidado y algo de miedo, mantiene en la lógica. Por ese fardo de experiencia que lo dobla. Pero tiene una columna, y con ella se sostiene.
No lo culpen por su falta de magia: aprenderá a suplirla con esfuerzo. No lo condenen de antemano, porque ya conoce el desamor y el desengaño.
Todo sana, todo crece, todo vuelve a empezar.
Y supongo que escribir cosas como ésta es el primer paso.



Hache Eme

lunes

Clasificados


Lucidez brutal, a estrenar. 
Vendo o permuto por conciencia limpia
o ligereza ingenua.
Indecisos abstenerse.
Interesados comunicarse con


Hache Eme

viernes

Inherencia



Inherencia



"El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho" - J.F.I.L. Borges



Que todo lo que me defina tenga olor a yerba, a tierra mojada y a sal.

Que tenga hojas de cualquier tamaño y color y voz para decir, y no solamente sonar.

Que tenga lenguas de fuego y de humedad. Que ninguna se apague.

Que corra con el viento, porque será él quien me lleve, me traiga y me borre.

Que vuelva con la marea y cambie mis huellas por las de la espuma.

Que no sea tan claro que rechace una segunda mirada.

Que todo lo que me afirma sepa mantener su agarre cuando me lance a volar.

Que no me abandone lo que al final no me pueda llevar.

Que no me detenga.




Hache Eme


Artificio



Artificio


"La habitualización devora objetos, vestidos, muebles, a la propia esposa y el miedo a la guerra" - Victor Shklovsky



hace tiempo que...

hace tiempo ¿qué?

¿qué iba a decir?


iba a decir "qué"


no se que estoy haciendo despierto.

No.

sé que estoy haciendo despierto:

escribo

(¿escribo?)

pienso, leo

no siento

no duermo

pero adormilo


¿qué me pasa?

"qué" me pasa


justamente


es lo que iba a decir.






Hache Eme

jueves

El peor de los pecados



El peor de los pecados



“He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido

feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.”

J.F.I.L. Borges




Un escritor viejo y solo esta encerrado hace días en su estudio y mira durante horas sin pausa el papel frente a él. La tinta no corre…


La suya había sido una larga carrera llena de novelas y cuentos, todos ellos habitados por hombres y mujeres desesperados. Ninguna de mis sus historias tuvo nunca un final feliz. Ni siquiera un capítulo feliz. De hecho, si alguna vez escribió la felicidad fue solo para quebrantarla después y hacer que quien se estuviera refugiando en ella caiga desde más alto. Sus personajes morían y este quizás era el único alivio que les era permitido después de una vida en palabras tristes.


Muy tarde se dio cuenta de la trampa. Una epifanía terrible. Cada una de mis sus páginas había sido una venganza por una vida olvidada de vivir. En cada una de sus obras condenó a alguien a mi su misma suerte.


“He cometido el peor de los pecados…”, recordó el viejo y se encerró en el estudio. Durante días no comió ni durmió más que cuando el cansancio lo emboscaba en su escritorio. Lo obsesionaba la idea de redimirmese.


La necesidad de escribir una historia feliz ocupo así cada espacio de sus días. Borrador tras borrador se fue alejando, pero nunca pasó del primer párrafo.


Finalmente llegó a su segunda, y última, revelación. Resignado agarró su pluma y garabateó las primeras palabras que no tacharía:


“Un escritor viejo y solo esta encerrado hace días en su estudio y mira durante horas sin pausa el papel frente a él. La tinta no corre…”



Hache Eme